Querida Xastur:
Hace dos (tal vez tres) semanas, recordé muchísimo una conversación que sostuvimos hace algún tiempo. En aquella ocasión me comentaste que una de las cosas que más te incomodaban del cristianismo, era la idea de la salvación del alma a través del arrepentimiento, de último momento, de los pecados cometidos. Sin entrar en la discusión acerca de la validez del concepto pecado, yo agnóstico y contradictorio como soy, me entregué a la defensa de la posibilidad incómoda. Como tú, creo, comparto la idea de que los individuos deben asumir la responsabilidad de sus actos. Como muchos otros, me molesta la idea de que las personas se arrepientan (sobre todo cuando este arrepentimiento es dudoso) de sus actos; en cierta medida, encuentro en el arrepentimiento una dosis de cobardía, por decir lo menos. No obstante, también te comenté en aquel momento, que el arrepentimiento del que hablan los cristianos, es el arrepentimiento sincero por los errores cometidos, un arrepentimiento carente de aspectos utilitarios (la salvación del alma, en este caso), un mero reconocimiento al final de la vida del carácter inadecuado de algunas o la totalidad de las acciones individuales, bajo los parámetros de la doctrina que el creyente sustenta. Obvio, yo no comparto para nada dichos parámetros (los del cristianismo, o los de cualquier otro sistema religioso), pero lo que defendía en aquel momento era la idea de que fuesen cuales fuesen los parámetros hechos propios, el valor de someter a un balance final los actos que constituyen eso que llamamos vida y sobre todo, el reconocimiento del carácter desfavorable de tal evaluación, merecía (merece) al menos el reconocimiento de ese acto de honestidad. Por cierto querida, no sólo es honestidad lo que implica dicho acto: se requiere también valor. Valor para asumir los resultados de un examen, a sabiendas de que casi con seguridad, nada podrá ya hacerse para modificar la consecuencia de nuestras acciones. Reconocer esto es soportar el terrible peso de lo que implica la irreversibilidad y el carácter irrepetible de la historia, algo que según mi opinión de lego, Kundera no supo reconocer en su celebérrima obra. Retomo esta conversación, con motivo del escándalo que dio pie al linchamiento público de Günter Grass. Como sabes, Grass nunca ha sido santo de mi devoción. No es raro por lo tanto, que desde mi punto de vista, la condena a su pasado nazi se encuentre más que justificada: más aún si como creo entender, la confesión de Grass no implica ninguna autocrítica a su pasado. Dicha crítica, que según mis propias filias y fobias, debiese de haber acompañado a su publicitada confesión, no me lleva (y en esto difiero con la mayoría de sus neo-críticos) a minimizar el valor de un reconocimiento hecho a sabiendas de la tormenta que seguramente Grass intuía, se habría de desatar sobre su persona. Entiendo, insisto, las críticas al pasado nazi de Grass; lo que no comparto, es la crítica de más de uno a la confesión del viejo, aún cuando esta se haya tardado más de medio siglo. Grass ha tenido el valor de dar a conocer un pasado marcado por la siniestra sombra del nazismo. Condenar su reconocimiento, es alentar la cobardía. Más vale tarde que nunca, dice el dicho y por lo menos en este caso, me parece atinado. Por eso mismo, espero que la muerte no encuentre a Grass antes de que este se anime a dar a conocer el balance subjetivo de sus actos. No es su obligación hacerlo público, por supuesto, pero si creo que sería encomiable.
Me interesa saber tu opinión al respecto, sobre todo siendo Grass el aludido.
Con cariño:
Ícaro.
Pd. Por supuesto, no es sólo la opinión de Xastur la que me interesa; ya modifiqué el asunto de los comments, espero no haber hecho perder demasiado tiempo a alguien. Abrazo a todos.
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