Wednesday, April 12, 2006

UNA PAUSA


Sigo escribe y escribe un móndrigo trabajito y cada vez le veo menos forma. Caraxo, diría Hilda. Antier Princesa me devolvió un librito de cuentos mexicanos, me entretuve mucho con una jalada de Arreola. Hace rato leí a C. Cátulo con Alonso y también chequé el blog de Vicadín. Chit. No me puedo concentrar. Creo que no voy a terminar nunca. Siguo reciclando textos viejos. Éste lo escribí hace ya bastante tiempo. Lo modifiqué ahora, con algunos demonios de ocasión. Ahí lo dejo para que se entretengan un rato. Utsss!!!! ya son las 8 y no puedo terminar de escribir esta madre...

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(SIN TÍTULO)

Faltaban veinte minutos para las 3 p.m. y yo me senté, aburrido y con hambre, a ver el juego de los Acereros. En ese momento el coach Cowher envió a Stewart a la banca. Las cámaras enfocaron a la enardecida afición de Pittsburgh, celebrando el desplome final de la gran promesa que los había llevado a cinco campeonatos de conferencia, con igual número de derrotas. No era más, el gran ídolo que la afición necesitaba. Además de ser un pinche negro maricón. Stewart se colocó en la lateral, atento al tímido accionar de su sustituto (ahora, nuevo ídolo de la ciudad): un fracasado que en diez años en la liga jamás había logrado ser titular. Otra promesa rota, pero que ahora recibía su célebre segunda oportunidad. Todo norteamericano merece una segunda oportunidad. Sobre todo si es blanco. El chico negro aplaudía el mediocre accionar de sus sustituto. La afición se deshacía en gritos de apoyo para el nuevo mariscal de campo, pero el juego seguía empatado, tal como el repudiado negro-gay lo había abandonado. Finalmente el tiempo se agotó y tuvieron que ir a tiempo extra. Pensé que todos esos que dicen que la vida es caprichosa y que la fortuna va y viene, tenían razón. No obstante también pensé que podía no tener importancia. Al final, es probable que todo permanezca igual. El recuerdo del éxito puede convertirse en un pesado lastre. Los visitantes ganaron el volado, pero casi de inmediato perdieron el balón en su propio campo. Tiempo fuera. El día anterior había estado hurgando en mis antiguos escritos escolares. Muchos elogios: “Excelente trabajo, Un gran talento, Ensayo brillante”. Todo mundo veía en mí un futuro prometedor. Yo mismo, detrás de mi falsa modestia veía en mí un futuro halagüeño. Tenía a mi pequeño mundo escolar a mis pies; los reconocimientos y los elogios fluían generosos. Pero yo estaba harto de ese mundillo miserable de enanos charlatanes, que no estaban a la altura de mis potencias intelectuales. Decidí que era demasiado bueno para ellos y que tenía que alejarme de su nociva compañía, pues indudablemente frenaban mi crecimiento. Tenía que compartir mi talento con aquellos que desconocían las maravillosas ideas que habían madurado en las sombras, durante los últimos cuatro años. Hacía tres años de eso. El tiempo fuera se acabó y los equipos saltaron a la cancha. La nueva estrella de los Acereros intentó un par de pases sin éxito, como su carrera. En tercera oportunidad logró mover un poco el balón y ponerse a tiro de gol de campo. Nuevo tiempo fuera. El chico negro aplaudía desde la banca; revisaba fotografías y platicaba con los entrenadores. Pero ellos no le hacían mucho caso. Sentí lástima: el pobre tipo estaba conciente de que todo había acabado, pero se resistía a aceptarlo. Quizá no quería que esa horda ingrata que hoy le daba la espalda, a pesar de tantas tardes de triunfo por bien pocas derrotas, lo viese derrotado. Bueno, si estaba derrotado, pero no quería que lo vieran desmoronarse frente a ellos. Pero no, el chico se veía en verdad entusiasmado, intentando mostrar mucha disciplina y profesionalismo. Tal vez tenía la ilusión de que sólo se trataba de un trago amargo y que la siguiente semana estaría de nuevo al mando. Todo dependía del pateador. Yo llevaba año y medio desempleado y lo estaba perdiendo todo: amigos, admiración, amor, respeto (propio y ajeno) y mi modesta bonanza económica. Aunque un par de antiguos profesores me habían ofrecido trabajar con ellos como su asistente en mi antigua alma mater, rehusé la oferta. No quería que la gente viese cómo la gran promesa volvía a casa con el rabo entre las patas y en calidad de chalán. Sabía que me estaba yendo al carajo, pero lo iba a hacer de un modo discreto y fulminante; nada de agonías indignas. Cuando estaba a punto de mandar todo al carajo e ir a buscar y aceptar cualquier cosa en la oficina gubernamental para desempleados, se puso a concurso una plaza en el prestigioso centro de estudios donde durante el último año había hecho de esclavo. Esto representaba una oportunidad inmejorable, ya que desde mis épocas escolares me había entregado a una erudita e improductiva investigación documental acerca de las relaciones y contradicciones entre la vieja concepción materialista de la naturaleza y la moderna física de las partículas subatómicas. Tenía una cantidad considerable de información y el concurso consistía en la defensa de un trabajo original ante un comité académico. Una reunión entre pares, según yo. Desde mi salida de la escuela, no había dejado de frecuentar congresos y seminarios, en donde inevitablemente terminaba por encontrar algún antiguo conocido. Yo les hacía saber los avances de mis importantísimas investigaciones y recalcaba la inminencia de un trabajo en el cual, daría cuenta de ellas. Auque al principio el cuentito funcionó bastante bien, tanto que yo mismo estaba convencido de él, con el tiempo la gente comenzó a aprenderse mi cantaleta y a dudar de la veracidad de la misma. El concurso me ofrecía la oportunidad de reivindicarme ante ellos. El pateador se plantó en el terreno. El árbitro pitó y el centro arrojó un balón infame que el acomodador apenas y pudo controlar. Finalmente presenté ante un comité académico los resultados de varios años de arrastrar los ojos por libros gordísimos, llenos de ácaros o de enormes e incomprensibles ecuaciones. Todos estuvieron de acuerdo en que el trabajo era extraordinario y que constituía una verdadera aportación en la materia. Estaban realmente interesados en que me integrase a su equipo de trabajo, pero me recordaron que no era el único concursante y que debían esperar a oír todos los trabajos. Una semana después me enteré de que la hija del director del centro había obtenido el puesto. En alguna ocasión platiqué con ella y recuerdo bien que no me pareció particularmente brillante. Pero tal vez era sólo que no le gustaba pavonearse. Además, aún había posibilidades: cuando llamé para confirmar la noticia me dijeron que seguían interesados en mis servicios, pero que tenía que entender que eran tiempos de vacas flacas y que de momento no podían abrir dos plazas. Quedaron en avisarme de cualquier nueva oportunidad y, en tanto, me recomendaron seguir colaborando con ellos. Supuse que sería correcto seguir su consejo. El gol de campo fue bueno y los Acereros ganaron el juego. La afición aclamaba a su nuevo héroe heterosexual y blanco. El chico negro y gay aplaudía, pero ya no tenía el mismo ánimo en la mirada. Sabía que había sido su último juego como mariscal de los Acereros. Apagué el televisor y me di cuenta de que no podía seguir esperando otro año o más, para que me abrieran las puertas del paraíso. Me largué a contar billetes en un banco. Stewart rondó por varios equipos y finalmente se dedicó a hacer infomerciales, creo. Aquí estoy, no es lo que yo hubiese querido, pero me deja tiempo para leer libros y escribir estupideces.

9 comments:

Anonymous said...

Espero haya sido una buena distraccion!

Anonymous said...

Mi estimado Vicadín: tu blog raya en lo exquisito...

Anonymous said...

uf, pues ni modo, este pinche delirio de pasársela blogueando...

Anonymous said...

Ah, sí!!! Pero cómo se disfruta,je,je...

Anonymous said...

ñe ñe ñe de todos modos todos nos vamos a morir y en 100 años ni quien se acuerde, por eso hoy ser una fracasada no me importa jajaja

Anonymous said...

Algo en tu texto me suena conocido... algo... pero no sé que es... tal vez el juego de los Acereros, a lo mejor lo vi en la tele. Ja.

A flojear y a bloggear, que el mundo se va a acabar!!!!

Beso.

Anonymous said...

Princesa. ¿En verdad se puede entregar uno a la levedad? ¿Tons pa qué tanto azote? ¿El peso proviene del mundo o de mí?

Bitter. Bienvenida a tu blog y si,aunque me repita: qué rico es bloggear!!!

Anonymous said...

Hola! hacia un buen no me daba la vuelta por aqui...
Que bonita foto te tomaste para tu perfil, jijiji!!!

Anonymous said...

Webita: la verdad es que salí relindo, ja, ja. Aprovecho pa darte la bienvenida.