Choro, choro, choro… : p
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Cada día estoy más confundido, en todos los aspectos. Por lo tanto, mis miedos crecen y crecen. Apenas y puedo reconocerme. Día con día me voy entregando a pasiones que siempre había tratado de mantener a raya. El odio por ejemplo. ¡Hay tantas cosas que son capaces de producir en mí un odio sincero! Muchas de ellas están en mí, pero la mayoría pertenecen al mundo externo. Poco a poco me voy acostumbrando a odiar más y a amar menos. Aún así me aferro a la vida, aunque en realidad la viva poco y más bien la sobreviva. Casi siempre ando en automático. Soy una especie de rata de laboratorio: llevo a cabo mis tareas y recibo una galletita rancia de vez en cuando, muy de vez en cuando. Es posible que un día de estos me dejen morir de hambre. No me importa. No lo suficiente como para hacer algo al respecto. No es que quiera morir, pero tampoco intento posponer el momento; me limito a seguir adelante. Hoy por la mañana me tuve que levantar de nuevo. Bueno, nadie me obligó, pero esto tampoco importa. Era tarde como siempre y me sentía desanimado. No tuve ánimos para salir a correr. Tenía frío. Por lo menos en algo no he cambiado, sigo fiel a algunas costumbres: un día de ejercicios, por tres de descanso. En fin. Prendí la televisión, puse las noticias y le di fuego a un tabaco; la voz chillona de la reportera me parecía insoportable, así que mejor me fui a meter al baño. Otra vez estreñido. Levantarme con la sensación del acelere me caga, pero no ayuda mucho. Como ya es costumbre no desayuné y me salí hecho la madre para el trabajo. Iba encabronado por la hora y el hambre. Cómo si el mísero e inestable salario que gano fuese un estímulo razonable para llegar a tiempo. Nada de lo que hago tiene sentido. Nadie me exige estar a cierta hora, no tengo que checar tarjeta; aún así voy casi corriendo para llegar antes que el jefe. Estoy seguro de que si me limitase pasar un par de veces por la galera, una por la mañana y otra por la tarde, nadie notaría mi ausencia. Pura mierda. Aún así, sigo moviendo la cola cada vez que mi amo se digna a mirarme. A veces quiero pensar que sólo finjo, pero la verdad es que ya son varias veces que me sorprendo en el automatismo de estos ejercicios indignos. En fin. Nadie me nota y tal vez hacen lo justo. Yo mismo creo que no hago nada que merezca ser notado. Sólo soy otro idiota que intenta parecer inteligente y actúa como si los suyo fuese lo más importante del mundo. Afortunadamente todavía me doy cuenta de esto último y procuro evitarlo. Lo otro es asunto perdido, he abandonado el campo de batalla. No puedo estar al pendiente siempre, el desgaste es tremendo: 16 horas al día vigilando que el enano idiota que llevo adentro no se apodere de mí y me haga abrir la bocota para suplicar un poco de reconocimiento. El día transcurre monótono, mucha gente pasando cerca de mí y gritando para todo. Me dedico a buscar información en la Matrix, a platicar por el Messenger, a modificar un reporte que tengo que entregar en una fecha no definida y probablemente irrelevante y a fumar para joder a mis sanísimos compañeros. Soy el último galeote en marcharse, cuando ya todo está en silencio. Me subo al metro y regreso a casa. Trato de evitar la mirada del mariquita del asiento de enfrente. Una voz repite sin tregua: la haine, la haine, la haine. Llego a casa, ceno rápido y prendo la tele. Pronto me quedo dormido. A eso de las 3 a.m. despierto con una erección tremenda y una apatía invulnerable. Repto hacia el escritorio y prendo la computadora. Abro mi blog. No tengo ánimos para buscar pornografía esta noche.
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Cada día estoy más confundido, en todos los aspectos. Por lo tanto, mis miedos crecen y crecen. Apenas y puedo reconocerme. Día con día me voy entregando a pasiones que siempre había tratado de mantener a raya. El odio por ejemplo. ¡Hay tantas cosas que son capaces de producir en mí un odio sincero! Muchas de ellas están en mí, pero la mayoría pertenecen al mundo externo. Poco a poco me voy acostumbrando a odiar más y a amar menos. Aún así me aferro a la vida, aunque en realidad la viva poco y más bien la sobreviva. Casi siempre ando en automático. Soy una especie de rata de laboratorio: llevo a cabo mis tareas y recibo una galletita rancia de vez en cuando, muy de vez en cuando. Es posible que un día de estos me dejen morir de hambre. No me importa. No lo suficiente como para hacer algo al respecto. No es que quiera morir, pero tampoco intento posponer el momento; me limito a seguir adelante. Hoy por la mañana me tuve que levantar de nuevo. Bueno, nadie me obligó, pero esto tampoco importa. Era tarde como siempre y me sentía desanimado. No tuve ánimos para salir a correr. Tenía frío. Por lo menos en algo no he cambiado, sigo fiel a algunas costumbres: un día de ejercicios, por tres de descanso. En fin. Prendí la televisión, puse las noticias y le di fuego a un tabaco; la voz chillona de la reportera me parecía insoportable, así que mejor me fui a meter al baño. Otra vez estreñido. Levantarme con la sensación del acelere me caga, pero no ayuda mucho. Como ya es costumbre no desayuné y me salí hecho la madre para el trabajo. Iba encabronado por la hora y el hambre. Cómo si el mísero e inestable salario que gano fuese un estímulo razonable para llegar a tiempo. Nada de lo que hago tiene sentido. Nadie me exige estar a cierta hora, no tengo que checar tarjeta; aún así voy casi corriendo para llegar antes que el jefe. Estoy seguro de que si me limitase pasar un par de veces por la galera, una por la mañana y otra por la tarde, nadie notaría mi ausencia. Pura mierda. Aún así, sigo moviendo la cola cada vez que mi amo se digna a mirarme. A veces quiero pensar que sólo finjo, pero la verdad es que ya son varias veces que me sorprendo en el automatismo de estos ejercicios indignos. En fin. Nadie me nota y tal vez hacen lo justo. Yo mismo creo que no hago nada que merezca ser notado. Sólo soy otro idiota que intenta parecer inteligente y actúa como si los suyo fuese lo más importante del mundo. Afortunadamente todavía me doy cuenta de esto último y procuro evitarlo. Lo otro es asunto perdido, he abandonado el campo de batalla. No puedo estar al pendiente siempre, el desgaste es tremendo: 16 horas al día vigilando que el enano idiota que llevo adentro no se apodere de mí y me haga abrir la bocota para suplicar un poco de reconocimiento. El día transcurre monótono, mucha gente pasando cerca de mí y gritando para todo. Me dedico a buscar información en la Matrix, a platicar por el Messenger, a modificar un reporte que tengo que entregar en una fecha no definida y probablemente irrelevante y a fumar para joder a mis sanísimos compañeros. Soy el último galeote en marcharse, cuando ya todo está en silencio. Me subo al metro y regreso a casa. Trato de evitar la mirada del mariquita del asiento de enfrente. Una voz repite sin tregua: la haine, la haine, la haine. Llego a casa, ceno rápido y prendo la tele. Pronto me quedo dormido. A eso de las 3 a.m. despierto con una erección tremenda y una apatía invulnerable. Repto hacia el escritorio y prendo la computadora. Abro mi blog. No tengo ánimos para buscar pornografía esta noche.