Monday, November 26, 2007

DOMINGO

Mihi Pater

Constantemente ahuyentábamos
esta hora terrible de nuestro pensamiento,
tapiamos todas las ventanas
y pusimos doble cerrojo en cada puerta de la casa.
Pero todo fue inútil,
como era de esperarse
y el reloj marcó implacable las diez y quince por la mañana.

Se extinguieron los astros en el firmamento,
fueron luceros primeros los tuyos
en negar su luz de entre todos.
Extendieron majestuosas sus amplias alas
las águilas del eterno imperio
y bajo su sombra tendiste tu cansado cuerpo.

Yaces sobre tu costado.
¡Qué inerme el hombre en su derrota!
¡Qué desnudo a pesar de sus ropajes!
¡Qué impotentes sus brazos!
¡Oh, imagen desgarradora la tuya,
Padre, Esposo y Hermano,
en este tu minuto definitivo!
No hay rebelión que valga contra esta tiranía.
Por más brazos que te cobijen,
por más manos que defiendan la tuya,
lánguida y pálida,
y oculten tu cuerpo espaldas y pechos,
curvos picos, curvas garras
te arrebatan sin remedio, ni esperanza de regreso,
de esta tu humilde Ítaca,
rica en recuerdos.

Tomo por vez última en mis manos la tuya,
un poder devastador se levanta entre mis palmas,
danza el humo de lo que hace un instante era tu flama
y contemplo tu rostro al fin vencido, al fin libertado:
imágen última como la de ese dios que mojaba tu boca
en la agonía
y que quema en ese absurdo que es su fuerza
las naves de mis ilusiones.
¡Mirad!
Ya revientan sus proas contra las rocas de mi ira.

Rescato de entre el dolor tu voz serena y tus palabras,
quisiese hacer valer la ilusión que una vez sembraste
cuando niño:
idea cuya carne está hecha de esperanzas infundadas,
deseo que estalla como cántaro gordo de agua
y refresca los esfuerzos de una flor
que se niega a desaparecer del mundo.

Me despido con la certeza herida por la voluntad de retenerte,
más sé bien que al desmayar tu cuerpo,
en el adiós de tus soles,
has soltado las amarras y te alejas
sin alzar la mano, ni voltear a verme.