Insatisfacción y peor aún: autocensura. Vas en picada Icarito... Aquí está, de todos modos. Abrazos a tod@s .
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Hay mucha ambivalencia en esta vida y yo no soy la excepción. Otra vez las vanguardias, por ejemplo. Puedo criticarlas con furia y enemistarme con ellas, pero en el fondo me agrada su trato. Atacar su arrogancia y su afán de dirección, representa mi tibio intento de exorcizar los demonios de mi arrogancia y mi carácter autoritario. Soy un péndulo. Las oportunidades abundan: el amor, la familia, la ciencia, el arte, Paz, el feminismo, Foucault, la libertad. ¡Ahhhh! Oscilar es una condena, pero al menos me deja con algo para pasar los ratos de ocio. Y también ofrece algunas experiencias interesantes. Recuerdo algo que me sucedió en la universidad. Por aquellos días decidí que debía haber otras cosas en la vida, además de tratar de cambiar el mundo. Estaba instalado cómodamente en mi cubículo estudiantil, entregado a joder un poco a uno de los extraños personajes que ahí anidábamos, cuando entra un poema de mujer, camarada de la n-ésima Internacional. Desde el primer momento le puse la mirada en el trasero duro y redondo, mientras ella se disparaba a hablar de “la-necesidad-de-la-unión-entre-obreros-y-estudiantes-en-el-contexto-de-una-lucha-que-permita-extender-la-gloriosa-revolución-del-proletariado-bla-bla-bla...” Supongo que era, de algún modo, un asunto más interesante de lo que podía apreciar, porque mis compañeras la escuchaban con atención. Yo me dedicaba a evaluarle el tatuaje que llevaba al final de la espalda: ¿Qué cojones tenía que ver Trotsky con esa serpiente prehispánica? La dialéctica, supongo. Total que en una de esas me pilla viéndole las nalgas y bueno: diez mil loros se me vinieron encima… Que por eso no podíamos avanzar. Que si me creía que ella sólo servía para coger o qué mierda. Que si ese era el tipo de trabajo que desarrollábamos. En fin, no sé que más dijo, porque después del impacto inicial me quedé tieso al ver cómo se le marcaban los pezones bajo su playera negra… ¡Carajo, con lo fogoso que andaba por aquellos días! Total que me volteo pensando que ahí va a parar todo, pero ella se sigue. – A ver, compañero – me dice, – ¿Qué tienes que decir? ¿Qué crees que diría Trotsky ante esta actitud de machito burgués? ¿Crees que entre camaradas podemos tratarnos de esta manera? – Alzo la vista, le ofrezco mi mejor sonrisa y maquino una estratagema para entrarle por algún lado e invitarle una chela. Pero veo a mis compañeras con las caras más largas de este mundo, siguiendo atentísimas el sermón de la internacionalista y mirándome con ojos fulminantes. Todavía intento suavizar las cosas y le digo que no soy trotskista, pero que le invito una cerveza y podemos seguir discutiendo de la mujer y de otras cosas. ¡Uffff! Explota y comienza a llamarme macho-de-mierda-por-borrachos-como-tú-la-gente-no-nos-toma-en-serio-bla-bla-bla… Se me agota la paciencia y comenzamos a discutir. Que si jamás había leído un discurso de Trotsky hablando de feminismo. Que si el viejo era un asesino. Que quién había abandonado Barcelona a las garras de Franco. Que si los trotskistas jamás habían asumido los hechos de Kronstand. Que si me gustaba vender utopías. Que… bueno. Termino perdiendo la calma, sin poder exponer con claridad mis ideas y, en lo que trato de poner orden en mi cabeza, ella se declara triunfadora y se larga muy ufana, dejándome con un palmo de narices y tratando de explicarle a mis compañeras que yo no había estado nunca en Barcelona y que tampoco creía que fueran muñequitas para mis ratos de calentura. En ese entonces yo aún me tomaba muy en serio algunas cosas. Con el tiempo comprendí que era un verdadero pesado y que en todo caso yo sólo podía hacer mi parte, sin tratar de vender el evangelio y esperar que los demás siguiesen mi prédica. Sigo siendo un pesado y me tomo en serio cosas peores (a mí por ejemplo), pero ya no voy por ahí predicando. El sexo con cierta persona me ayudó mucho. El resto fue el desencanto. Pasar de la burbuja de cristal de la teoría y mi escuelita, a las demandas prácticas de todos los días. Fue como dejar caer un huevo desde la azotea de un rascacielos.
Una semana después me encontré a la chica fumando mota con unos amigos, allá en el chopo. Me senté junto a ella, le ofrecí de mi chela y ella aceptó. Charlamos. Charlamos mucho. Jamás me ha vuelto a suceder algo así. Me invitó a su casa, así que nos fuimos en metro desde Guerrero hasta Zapata. Vivía en la colonia del Valle. Su padre era doctor en sociología por Harvard y viajaba todo el tiempo. Su madre vivía en Italia, pero no sabía de ella desde hacía más de cinco años. Cogimos delicioso durante toda la semana siguiente y una mañana, me pidió que me fuera con ella a Guerrero. No se trataba de ir a turistear, por supuesto. Fue la última vez que la vi. Estaba muy a la vanguardia para mí, en ese momento.